LUZ SUICIDA

Poemas y música, así, a secas.

On The Beach – Philip Cohran & The Artistic Heritage Ensemble

Arazadàcasdrás

Arazadàcasdrás, Arazadàcasdrás
El grito corrosivo del mal implica bailes

 

El agua flotante de diez mundos me ingresa

Me duelen las puertas del techo

Tango

La luz del cuerpo huele a noche de Londres

Mi mano camina mi cabeza

Mesas húmedas

Gatos sacacorchos que mastican alas de zancudos
Olé Alé Olé
Las cortinas de mis dedos gatean el salto

Arazadàcasdrás, Arazadàcasdrás

Derecha, Ruiz
Primero De Lentes – Salió en el diario:

“Cayeron leches americanas en las sombras de abetos
y un perro seco tan galgo se partió corazones
a la velocidad de un pez de miel por el parto del humo”

Los edificios siguen de amaranto

Si me voy ya sueño

Arazadàcasdrás, Arazadàcasdrás

FLOTAS de musicalizados almohadones
entraron en guerra con PepsiCo

Jazz, Sprite, Guerreros metafísicos

LANZABAN gruñidos que tras convertirse en piedras
asolaban las ciudades diminutas de los pisos;
de los pequeños pisos que abarcan esos seis primeros
pasos en todos los umbrales de las oficinas

AunqueUstedNoLoCrea, Psiquiatras, Peso

BARCOS navegaban el cemento desde el aire a toda costa
a toda prisa, para rodear las fábricas destruidas
y llorar a saltitos

Llorar, acurrucarse, llorar, dormir, Arazadàcasdrás

No paz

Alguien que no recuerdo me dijo algo y yo no lo escuché

Alguien me dijo algo y no me acuerdo

Desde ese día le he visto como siguiéndome
oculto tras la esquina de un velo de distancia
más olvido;
como espiándome un centímetro más lejos
de los rabillos de mis ojos
clamándome ayuda, golpeateando con desesperación
y agitaciones, ojos blancos destiñéndose
cuerpo convulsión de gritos se disloca gris o rojo blanco
sombra blanca, grito podrido y exiliado de las larvas
a quién viene a decirle que le qué el cuándo tiempos muertos

La invisibilidad de su fantasma asfixia el alboroto
veloz de mis pupilas

Sus ojos tragados y noctámbulos como en un cráneo de trapos orquídeas

La contracción de mis oídos
queriendo recordar el algo, el qué

No sé
cuándo
cómo
quién
por qué
dónde

Una voz sin voz se desmaya en mi memoria de disparos de espuma

Despierto sobresaltado con el mero recuerdo que tener que recordar

Mas la piel de mi lento rostro lento arde y arde

Una mano sobre mi rostro dibujada
La risotada fuerte y muda; el frío acechante y pesado

Mira, Miro
Cuando entrecierro mis párpados se aproxima otra figura
Se acerca
Cada vez más
Se acerca

Huele a huesos y a bocas abiertas
y yo aún ciego buscando blancos grises

Se me olvida a cada rato intentar pedir ayuda
pues no sé quién existe
y no sé de qué necesito qué qué

Penumbra, nada

Le escribo el color Ayuda
con los gritos que se filtran a través de la espesura
de los muros del aire Al Aire

Un frío me tiene amarrado
al último fondo;
cada vez que canto el tiempo tiembla y la
cueva salta atrás
doliéndome moscas encima

Atrás

Ah

¿Quién?

Esto

Todo

¿Qué?

Línea de sombra

Eso

Nada

El que me ha dejado vuelto

Sí,
ya

quién

era:
Qué vacío.

 

Flavio Ezequiel Gonzáles Turanza.

Ángulo

Sueño de pie con la decapitación del deseo
a mi alrededor los árboles tiemblan
aunque el viento esté guardado y el crujido
de las aves susurre

Las formas azules que no tienen presencia
sus tallos que desfiguran el tejido de las sombras
mi cuerpo de raíces cristalizadas
y el pronto conformismo de su pura imagen
agotan la rigidez de mi postura, y mi esqueleto

Se queda en las extrañas raciones del rabillo
de los niños, fuera de todo alcance
Equidistante pupilo de existencia velada
seré en mi piel carbón que se apresura

Aunque las ramas vuelven
al goteo soleado
y las riñas extrañas
del pulso
cometen por sí mismas
el final del azoro

Ya no tengo más aire si no sueño
paisaje en un trasluz
de nieve cárnica
qué más ahora,
aparte de volverme desalojo de piedra
qué más
sigilo enfermo
si el único reflejo que aquí se recita
no es siquiera el mío.

David Cañedo Mesinas.

Adherencia

Creo que no se detiene
cuadrado negro en aldea de nadas
mis muebles morenos tiemblan
bloques de pez que suda
y exhalan
y exhalan
cables estupefactos
aroma de iguanas juntas

Creo que no sale nada
de la onda
sincronizándonos
mas la pereza miente
en las cuarenta tubas de su amor salino

Eso yo lo sé porque
mis pies se acaban siempre de un salto

de pronto nada nos labra:
esa misma que vimos
creyéndose
un diente
tetramorfo
mientras la cuerda
danzaba bizcos puñales
de arenisca
Creo

Y si algo confía en
cómo yo confío
pueden dar las siete de la tarde
por la rosada piel del mar
y nada seguirá cayéndonos
desde una atroz
sensación de tejer algas
con el tacto del oxígeno
aunque cacemos
el embarazo continuo
el exhalante
como si algo
nos fuese nada

Damos a la ciencia
tropicales espasmos
inclementes

camisas
embarradas
de siesta
y el reloj se extingue
sobre la misma suerte
que apremiamos

Pero ese es el muñón
pupilo insípido

solo admitamos cuando estemos girados
todos
persiguiendo gaznates en murallas de espuma
que

nuestros únicos arrullos de creencia
se acusan.

David Cañedo Mesinas.

EDUARDO PADILLA – VENUS GIRA SOBRE LAS CASAS

TRANSTIERROS



Fui a la casa del lobo.
Después de varias copas
se levantó al baño
y regresó vestido de ciervo.
O sea que le había quitado la piel a un ciervo
y se había hecho una capa
y un par de botas
que le subían a los muslos.
También traía cuernos
en la cabeza y el pecho;
las puntas tenían
un brillo irisado que se alargaba
en la semi-oscuridad de la sala.
Las puntas de aquellos cuernos brillaban
como brilla Venus por la madrugada.
El lobo hizo un par de contoneos
y yo me paré de golpe
y le planté un beso enorme.
Le embarré todo el labial.
Fuimos a su alcoba.
Abrió la puerta despacito…
con sonrisa lupina
y mano teatral
dirigió mi atención a la cama:
ahí estaba el cazador,
tendido y atado
a las 4 puntas del mueble.
Lo tenía vestido de abuela.
Yo ya no pude.
En…

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Ans #2

El vendedor de aceitunas
no me dice silencio alguno.
Sólo se queda pálido
con un número sordo que se aleja en su mano.

Ya que el tordo de espuma de la tarde
se acerque –tenuemente- a mi nariz
mi maestro de secundaria
que es un campo verde y muerto
su cercada salud desabrida
revelarán mi auténtica
naturaleza de hongo, de sal con alas
de orgasmo acuclillado.

Mientras tanto
azules pequeñeces se empinan
en carruajes, en celulares no usados
espaldas sin párpados de señores
sin nucas ni pañuelos sin voz.

David Cañedo Mesinas.

Forma de ojo vacío y descompuesto

El viento sube y me muerde
ya que soy semejante a un anillo de rocío
ya que me recalco y calcino resignadamente
el viento se me sube y me muerde.

Blanco.
Blanco como la carne de un muñeco de nieve
con diminutas venas de agua esférica.

Triste.
Triste como el grito en una caña
o el olisqueo de un can que se cae y claudica.

Serio y tiritando
mis dedos musicalmente
y enojado y vestido con renglones
de otras materias, con orejas
de otros animales.

Me envuelvo con ellas
y el viento se me trepa y me muerde.

Me vio desde una esquina del tilichero
creyendo que mi cuerpo era un arco muy enfermo y seco.

Viento garrafal que me escala alas agrias
con un recuerdo de ser ola degenerándose.

Blanco, negro, rojo, en una cantina exhaustiva
de médulas ajenas al jardín que me espiaba.

Y mis dedos
mis manos
mis ay, ay, ay
mis identidades
severamente
aterrorizadas
se van de mí
se van de mi mí mordido/ me rechazan.

—Luego viajaron interiormente
y viven ahora muy felices.—

…El viento de mis dedos castrados, de mis dedos de costados cilíndricos.

David Cañedo Mesinas.

Aromas

Estoy todo regado
de noches y de fiambres por noches y fiambres
en noches y fiambres.

So pradera,
servil, redentora
de enemas y de cruces
de flores y de rostros
de hambre.

Estoy en mí
calloso tuyo e infame estercolero
ebrio mío, carne zafira
pendiente.

Ardo en mí
ancestro escatológico
cuya capa de piel copiosa me había
surgido chispas.

Ardo de enebros
y esto que es infinito;
que me riega en salpicones rojos
de perros sin ruido
de incidentes arrumacos
de cascadas.

David Cañedo Mesinas.

Perseguido

Hay una soledad que escojo
y otra manera de representarla sin siquiera conocer su nombre.

Lejos del aire anciano, donde las hojas gatean
quebradizas y muertas de sed;
donde se acurrucan escamas y se escuchan crecer uñas azules.

(Soy fiel al cadáver que alumbra cada otoño mis ideas;
que golpea con una garra sus escombros).

Y es que entonces quedaba varada
mi soledad
como un eco.
(Yo escojo mencionarla ahora a manera de aullido
sin vocablos).
Hay algo desesperanzador en esa vieja usanza
de reconvertir las cosas…

Yo me acuerdo aún cuando
frente a frente de un éter infinito
no me encontraba nadie.
No había soledad, no había hambre, no había voz.
Un vacío de roca negra me recogía de las cuencas
cuerpos desgarbados.

Luego, repentinamente, amaneció.

Yo me vi envuelto en un barullo de saltadores objetos;
de siluetas chocantes, amarillas.

Vine entonces aquí, a esta nueva palabra sin silencio,
con ninguna esperanza de volver.
Quise describirle aquella extraña sensación de conocer el universo nuevamente
cada mañana.

Ella simplemente me dijo su nombre y se fue.
Pero su nombre, su nombre añejo que es impronunciable y quedo
colgaba una larga sombra que me rasguña los ojos.

Soy perseguido ahora, súbdito sin eje.
Y en plena cacería calla serenamente un rayo nocturno mi cuerpo.

David Cañedo Mesinas.